Toda la noche con un café y un
libro en la mano… justificando el miedo.
Es inútil; nadie va a apreciar lo
que yo. Hay que estar sentado en varios lugares para hacer de lo mismo algo
diferente.
Yo me quería bajar al rio para no
morir en el intento.
Al fin y al cabo siempre nos
escapamos de algo.
Este
lugar esta excelente de colores. La luz del sol entra como agua por rejilla y
las sombras modelan líneas largas; figuras que son más grandes que los arboles.
En las calles, que de aquí adentro se ven como puntos de fugas, las sombras
modelan otra representación; figuras deformes y despelotadas por la
conformación de las viviendas y de los tanques de agua sobre ellas.
Hay
muchos, jóvenes aquí. Son adolecentes con termos de mates y bicicletas a
colores, echados sobre el pasto, en los rincones de este lado del campo. Algunos ríen y cada tanto despiertan
escandalosos, hacen ruido y corren, se persiguen. Otros, más tranquilos, se
tocan los hombros y conversan en silencio. Hace un rato, solo un poco tiempo,
se acerco una chica de no más de 15 años de edad. Estaba arriba de su bicicleta
verde y sus ojos eran grandes y amarillos, algo hermosos. Le pregunto a mi
novia que sentaba a mi lado, si era fotógrafa, que la estaba viendo
sacando fotos por el parque; mi novia le dijo que solo era una aficionada, nada
más. Yo estaba sentado a su lado; era un banco muy pequeño y tenía mi cuaderno
en la mano. La chica de ojos enormes y amarillos la miraba con ternura y
admiración. Estaba claro que esa chica tenía el impulso de la fotografía y al verla a ella haciendo algo que a ella le
gustaría hacer, sintió la razón de venir y conectarse. Yo estaba ante dos
aficionadas. Luego de decir nada dijo –
que te salgan lindas las fotos- y se fue.
A
veces me paso parte de mi tiempo pensando por que nos acercamos y nos alejamos
de las personas. Que hay detrás de todo aquello. Creo que el arte funciona bien
para todo eso.
Esta
chica, la de los ojos amarillos, nunca me miro a mí. Yo estaba a centímetros de
su vista pero nunca me miro a mí.